Sobre Héroes y Cobardes

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Héroes de una nación

Hace unas semanas me topaba con la noticia por Facebook acerca de un soldado estadounidense que ante el cruce de un cortejo fúnebre, había detenido su auto y bajándose de él bajo una intensa lluvia, se colocó en posición de “firme” para mostrar su respeto a la caravana mientras ésta hacía su recorrido. La foto de la noticia con que inicio éste escrito es la que encabeza el mismo; la actitud de éste soldado anónimo me dejó conmovido, al igual que las cientos de miles de personas que comentaron o compartieron la imagen.

También me hizo reflexionar acerca de los principios y valores que a pesar de los errores, se les inculca a los militares estadounidenses entre los que el amor al país, a su bandera y el respeto a la constitución son pilares que han definido a los cuerpos militares yanquis y que a lo largo de los años, han sido popularizados en producciones de Hollywood.

Si bien es cierto que el soldado estadounidense es símbolo de la práctica del intervencionismo norteamericano en el mundo, tampoco es menos cierto que la defensa de su país y su modelo de nación están por encima de cualquier líder o pensamiento que colide con esa especie de modus vivendi: el estilo de vida americano. Ello implica que sus instituciones democráticas, el modelo de familia y su visión del “deber ser” son enseñados y defendidos a ultranza por aquellos que se ponen al servicio de su nación usando un uniforme militar.

Sea por haberlo aprendido de las películas hollywodenses o porque he podido estudiar el código de ética militar estadounidense y verlo siendo practicado por los soldados del norte, no dejo de admirar ese apego a hacer lo correcto (do the right thing) para la defensa de su nación y de lo que son como sociedad fundamentándose en esos principios y valores inamovibles como ese soldado parado bajo la lluvia.

Eso ha hecho que la mayoría de los ciudadanos norteamericanos cuando se refieren a un Marine, un Ranger o un  simple Private lo hagan como si se hablara de un héroe ya que para ellos, el sacrificio que hacen estas personas para pelear guerras en lugares tan lejanos solo para defender la supremacía y el modo de vida de su país, los hace dignos de ese calificativo y del mayor respeto entre ellos.

En una encuesta realizada por Gallup en Junio de 2017, se mostraba que el 72% de los norteamericanos manifestaba un fuerte apoyo por sus militares, un 21% manifestaba algo de confianza y solo un 7% los desaprobaba. Esto demuestra el fuerte lazo que une a los ciudadanos con sus tropas. Tal información (disponible en su sitio web) me demostraba que si bien el estadounidense común pueda estar en desacuerdo con las guerras en las que su país se metía, no asociaban esa decisión con sus soldados. De ellos se expresan con orgullo.

Ese es precisamente el punto que quiero abordar: no el de las motivaciones políticas o geopolíticas que lleven a Estados Unidos a la guerra sino del sentimiento de identificación que tiene ese pueblo con respecto a sus tropas. No abordándolo desde un punto de vista sociológico sino más bien contrastarlo con la realidad respecto al mismo tema que vivimos en Venezuela.

Según datos arrojados por la encuestadora Datincorp realizada el 18 de febrero de 2016, la popularidad de la Fuerza Armada Nacional entre los ciudadanos venezolanos era apenas de 6%, y eso antes del inicio de la ola de protestas que han dejado más de un centenar de asesinados en su mayoría por uniformados castrenses.

¿A que viene tanto repudio a una institución que antes de la llegada de la Revolución Bolivariana era una de las más respetadas entre la población venezolana?

La respuesta es simple.

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Represión militar de manifestantes contrarios al gobierno de Maduro

 

Desarticulando la institucionalidad

Desde que Hugo Chávez llegó al poder se dio cuenta de la necesidad de debilitar a la Fuerza Armada tal como estaba estructurada ya que la misma permitía que en caso de un desacuerdo con su autoridad, ésta se rebelara y se levantara en armas contra él cosa que el mismo demostró cuando dio el fracasado Golpe de Estado del 4 de febrero del 92 contra el presidente Pérez. Lo que hizo a continuación fue desplazar la doctrina entre oficiales de institucionalidad y valores por una desviación que derivó en el culto al líder. Implementó una política de transformar a la suboficialidad en oficiales con rango equivalente a sus años de servicio lo que hizo que los oficiales no salieran de las academias militares sino que cualquiera sin haber pasado el requisito de ser Licenciado en Ciencias y Artes Militares, podía llegar a General haciendo a la oficialidad subalterno de la suboficialidad.

Destruyó así la estructura jerárquica y de méritos que imperaba en la Fuerza Armada. Ascendió a militares leales a él y no a la constitución y la defensa de los ciudadanos. Desfiguró a las Fuerzas Armadas de Cooperación (Guardia Nacional) para convertirlos en mercenarios al servicio político personal.

De entre los más odiados están éstos últimos: la Guardia Nacional es actualmente el símbolo de la represión y la violación de Derechos Humanos más grande de la que se tiene memoria en el país suramericano. Tal corrupción de éste componente militar empezó con la importancia que se le prestó más a quienes debían ser leales que a su preparación: el período de educación y entrenamiento de un Guardia pasó de dos años a seis meses y lo que se enseña mutó de la colaboración a la FAN y a los sectores más necesitados del territorio nacional a el de seguir a ultranza los caprichos y desmanes de aquellos que enarbolan la bandera revolucionaria y no la del país.

Resulta paradójico que el juramento que se hace al ingresar al cuerpo castrense, sea para hacer carrera en ella o prestando servicio militar sea el de respetar la constitución, defenderla y proteger a los ciudadanos contra cualquier enemigo interno o externo; paradójico porque eso que precisamente juraron es lo que hoy abjuran: violan la constitución y asesinan a los ciudadanos.

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Militar venezolano asesina a manifestante en Base Aérea La Carlota

Y el supuesto rechazo a la injerencia extranjera representada en las mentes chavistas y revolucionarias como el imperio norteamericano muestra su contradicción más espuria cuando se permite que una nación extranjera intervenga en el adoctrinamiento y disciplina del cuerpo castrense. Sobre todo si esa intervención viene de una nación que ha arruinado a su propia población por más de 60 años bajo una dictadura comunista implacable: Cuba.

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Desfile 5 de Julio: Comandante venezolano utilizando bandera cubana.

 

Formando Cobardes

Si en algo se ha destacado la otrora “gloriosa” Fuerza Armada Nacional es en hacer de la corrupción su principal arma. Para nadie es un secreto que los militares controlan casi todos los sectores de la economía del país. Inclusive, su deshonra llega al grado de aceptar puestos creados para hacer de su labor corrupta algo institucional: en Venezuela hay generales encargados de rubros alimenticios como el general del pollo, el general del arroz y otros como de productos de aseo como el general de los pañales o el general del papel sanitario. Tales cargos creados para (según el gobierno) gestionar de manera “eficiente” tales insumos y así derrotar a la “guerra económica” promovida desde el imperio (E.E.U.U.)

Militares que controlan PDVSA (estatal petrolera); militares que controlan las Empresas Básicas de Guayana; militares que hacen miles de millones de dólares con el contrabando de combustible en las fronteras venezolanas o la más temida asociación de generales que sucumbieron al tráfico de drogas como método de enriquecimiento y poder, amparados en su investidura: el “Cartel de los Soles” (por ser el sol la insignia oficial de un general en Venezuela) que ha convertido al país en una potencia narcotraficante.

Tal descomposición del estamento militar ha generado una profunda desmoralización en la tropa y los cuarteles al punto que han adoptado e institucionalizado las prácticas de corrupción como su nueva Visión y Misión como militares. Esta sistemática corrupción reinante ya ni siquiera es disimulada y dentro de ellos mismos, la práctica de la extorsión, el chantaje, el tráfico de influencias y la compra de puestos y ascensos es algo normal ya para los mismos.

Cuando ves las imágenes a través de los medios y las redes sociales de las atrocidades que cometen contra las manifestaciones que protestan como método de lucha a la dictadura de facto instaurada por Nicolás Maduro y sus secuaces, puedes entender que algo debe estar muy malo dentro de el cuerpo militar para hacerlos ver tan repudiables que los deshumaniza y los descalifica como personas.

Tales prácticas solo se ven en tiempos de guerra y contra enemigos extranjeros y paradójicamente la única guerra que han peleado (y que aun no consiguen ganar) estos militares ha sido contra los ciudadanos manifestantes contrarios a la dictadura de Maduro; a pesar de utilizar métodos prohibidos por los Acuerdos de Ginebra y calificados por el Estatuto de Roma como Crímenes de Lesa Humanidad.

La vergüenza los cubre, la deshonra es su divisa. Todo aquello que juraron proteger y combatir hoy lo pisotean así como lo hacen cuando asesinan jóvenes y siembran terror entre las urbanizaciones de las distintas ciudades venezolanas, apoyando a grupos paramilitares creados por Chávez (los colectivos) para terminar de perder cualquier respeto por sí mismos como soldados y como institución.

El rechazo es tal, que cuando no están en servicio sembrando terror y muerte, se abstienen de usar el uniforme por temor a que algo les pueda suceder producto del desprecio que la ciudadanía les tiene porque ellos mismos saben que un gobierno con un rechazo del 80% de la población y con un índice de pobreza por encima de la misma cifra solo es sostenido por ellos.

 

Hoy, esos cobardes que usan el uniforme para investirse de autoridad y amparándose en ella destruyen no solo a Venezuela sino al legado de los valientes que junto a Francisco de Miranda y Simón Bolívar forjaron la libertad a costa de grandes sacrificios pagados con sangre. Libertad de la que se aprovecharon para volver las armas contra sus ciudadanos y compatriotas, convirtiéndose en traidores de la patria.

 

El final de los héroes

Estados Unidos es la mayor democracia occidental de este planeta y la convicción con que sus militares asumen este precepto y lo defienden se logra con una doctrina basada en valores, institucionalidad, el respeto a la constitución y las leyes.

Nada comparado con la cobardía y deshonra de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de Venezuela. Y es por sus acciones que cualquier crítica contra los Estados Unidos y sus supuestas violaciones a los Derechos Humanos se invalidan con las atrocidades de la que son autores los militares venezolanos.

Es por ello que la imagen que tienen los soldados norteamericanos tiene tal aceptación entre su población: respeto, a la constitución y el amor por su país. Es lo que reflejan la mayoría de los elementos que conforman sus fuerzas militares y es por eso que sus ciudadanos se sienten orgullosos e identificados con cada uno de estos “héroes” que hacen posible la libertad de la que disfrutan en un mundo cada vez más difícil y globalizado donde las nociones de fronteras y nación son abstracciones y hasta anacronismos en un escenario geopolítico complejo.

Al final, los honran y les rinden tributo a esos que sean por las razones que los políticos en Washington decidan el porqué deben pelear, lo hacen creyendo firmemente que defienden una nación y no a un político o causa perdida; y más que eso defienden una idea de lo que deben ser como nación.

Esa misma idea que plasma ese empapado y solitario soldado anónimo mientras en posición de “firme” rinde honor a aquellos que ya no están con nosotros.

Un héroe y para nada un cobarde.

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Sepelio soldado estadounidense – AP

¡Temed el ejemplo que La Habana dio!: La advertencia a Venezuela

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Hace ya 18 años que la tristemente célebre Revolución Bolivariana se instauró en Venezuela. En el transcurso, el proceso ha mutado de moderado a izquierdista y el camino que lleva lo conduce irremisiblemente hacia una dictadura.

En ese ya lejano 1998 se pensaba que se necesitaba un cambio drástico para encaminar a Venezuela hacia un mejor futuro. Se pensaba, debido a la coyuntura del momento, que no podíamos estar peor. ¡Que equivocados estábamos!.

En aquellos tiempos en que el cáncer revolucionario apenas estaba naciendo, los venezolanos pensábamos que la aplicación de medidas que afectaran su “modus vivendi” no podía hacerse sin que se generara una explosión social. Recuerdo la ingenuidad de mis conciudadanos diciendo: “si tocan la cerveza, el venezolano se va a arrechar” u otras como “eso de hacer la cola por comida o el racionamiento de alimentos, eso es en Cuba, aquí no”; y aún más ingenuas al día de hoy: “con la gasolina no se meten porque el día que lo hagan se les va a venir el pueblo a la calle”, “¿adoctrinamiento en las escuelas?, en Cuba, aquí no lo permitiremos jamás”, “el venezolano es arrecho, aquí jamás nos van a tener como a los cubanos, sumisos”… esa última la pronunció mi padre en aquel momento.

Lo cierto es que aquí estamos, dieciocho años después, con las colas por comida, con escasez y racionamiento, con adoctrinamiento en las escuelas, con licor a precios exorbitantes, y lo peor: sumisos ante este Estado de Facto.

¿Como llegamos a esto?, fácil: por ignorancia, esa ignorancia que da paso a la impulsividad y pone a verdugos de presidentes. Esa ignorancia de no fijarse en las históricas lecciones del pasado.

 

Desde Cuba, con amor

Cuando la Revolución Cubana llegó al poder en 1959, fue recibida con gritos de algarabía. Festejos que fueron atenuándose cada vez más a medida que las balas del paredón de fusilamiento del mal hadado Ernesto “Ché” Guevara iban entintandose con la sangre de la clase educada, de la clase media y aquellos que una vez le dieron impulso económico y logístico a la formación de esa Revolución.

Y es que las similitudes con el proceso venezolano van más allá de las coincidencias que existen en los procesos revolucionarios. Aquí se gestó la sucursal de la Revolución Cubana veinte años antes de que el difunto Chávez jurara ante la “moribunda”, cuando jerarcas actuales como Nicolás Maduro, Tibisay Lucena y otras trágicas figuras de la Revolución Bolivariana, se formaran ideológicamente en la Cuba comunista y permearan en los recintos universitarios, el germen del mal socialista. Fidel Castro lo sabía muy bien y, acostumbrado a usar un arma más letal que cualquier otra que le haya ayudado en su ascenso al poder, la paciencia, esperó.

Encontró un grupo de civiles reaccionarios, se infiltró en un grupo de militares con grandes ambiciones, influyó a través de terceros en una clase media que en la Cuarta República veía como su poder y alcance iba disminuyendo en favor de las cúpulas partidistas que en aquellos tiempos dominaban Miraflores, e hizo, a través de su red de infiltrados que dos sentimientos se fueran apoderando poco a poco de todos: el miedo y la rabia. Conjugas estas dos cosas y obtienes un solo resultado: el cambio. Luego, esperas a que tu semilla eche raíces, crezca, de frutos y se multiplique hasta el punto que sea imposible de erradicar.

Pero el cambio generado a base de miedo y rabia solo puede decantarse hacia el mal y el caos, como tal es la situación en que hoy se encuentra Venezuela.

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Similitudes históricas

Las “coincidencias” que han hecho a la Revolución Bolivariana un símil de la Revolución Cubana van desde sus inicios hasta los actuales días.

En la Cuarta, la clase media, el empresariado y los sindicatos ayudaron a Hugo Chávez a llegar al poder. Durante los años de gestación del movimiento de Castro una clase media cada vez más reducida acudió a este “caudillo de hombres” como balsa de salvamento y junto a ellos, el empresariado y los sindicatos coadyuvaron a forjar ese “mar de la felicidad” donde Cuba, se hundió.

Ya en la Quinta,  el hoy exaltado a “comandante supremo” traicionó a esta clase media y al empresariado, transformando el modus vivendi de los primeros y estrangulando a los segundos a través de expropiaciones y trabas para la producción, con la justificación de darle “soberanía al pueblo” sobre sus recursos (aún no se a que se refieren con eso). Fidel Castro hizo de igual manera: expropiaciones, regularización de la economía y la intervención absoluta del Estado hasta en el modo de caminar de los ciudadanos.

¿Que decir de los sindicatos?, ¿recuerdan a la CTV en Venezuela?, ¿existen sindicatos en Cuba?… si algo sabemos lo que hemos vivido estas revoluciones es que el proletariado deja de ser relevante una vez que triunfa la revolución y es tomado como ganado de pasto por los caudillos gobernantes.

En Cuba, luego de darse cuenta los ciudadanos del verdadero cariz de esa revolución, sucedió algo con lo que quedaba de la clase media y el empresariado, mismo fenómeno que ocurre hoy día en Venezuela: la emigración masiva fuera de nuestras fronteras para intentar proteger sino mantener ese modus vivendi en que se encontraban y que pensaron que en etapas pre revolucionarias estaban perdiendo. En Cuba, aparte de los funcionarios corruptos de Batista y compañía, también se fueron sus ciudadanos de clase media (en su mayoría) y siendo ciudadanos con educación, dejaron sin personal calificado a una Cuba agitada, sembrada de pueblo pobre e ignorante, masa predilecta del comunismo para moldear su ideología.

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Primeros cubanos llegando a Florida (cortesía LIFE)

Venezuela exporta hoy día no solo petróleo sino la emigración más calificada en el mundo, al salir de nuestro país la clase media educada, la masa de profesionales capacitados y titulados en universidades nacionales con prestigio académico, debido a que no encuentran futuro y estabilidad para ejercer su profesión en el país. Venezuela cada día se queda sin más personas con buena educación y con más gente ignorante.

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La mutación de ciudadanos a pueblo

Pero no todas las culpas han de ser asignadas a Fidel, no. Es un hecho que hemos perdido a nuestro país nosotros mismos, nos dejamos “joder”

Nuestro ejército está plagado de traidores a sus principios y de lacayos del servicio de inteligencia cubano G2. El Tribunal Supremo de Justicia está infestado de jueces moralmente rotos y algunos con prontuario criminal, cooperantes de una cúpula moralmente descompuesta en todos sus sentidos. Los demás poderes, postrados ante los militares y el chavismo; y uno, el Legislativo, cooperando entre bambalinas para montar y sostener esta tramoya que escenifica la obra de la destrucción de Venezuela.

Ya las leyes no se aplican (ausencia del Estado de Derecho) y el gobierno se ejerce a discreción de las directrices que se emanan de Cuba, Miraflores y Fuerte Tiuna. Nuestra Fuerza Armada es amoral y corrupta; nuestras ciudades están tomadas por colectivos paramilitares; nuestra tranquilidad está tomada por los pranes de las cárceles y los cuerpos de inteligencia del Estado; nuestra economía secuestradas por militares corruptos que las mal administran y las llevaron a la presente ruina; nuestro país, sepultado por una revolución perversa nacida del resentimiento de sus impulsores y sus simpatizantes, sin ningún sentido de justicia social y un comunismo inyectado desde La Habana; nuestro futuro, en un despeñadero.

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Las riquezas de esta gran nación se encuentran empeñadas o vuelan en los aviones privados de la boliburguesía chavista mientras horas interminables de colas han convencido a la psique del venezolano ignorante que “¡así, así, así es que se gobierna!”, que nos lo merecemos.

Si algo ha logrado la Revolución es hacer a la mayoría del venezolano un parásito que depende de lo que le arrojen para sobrevivir; lo ha convertido en un ser mezquino que revende lo que consigue con tal de sacar el máximo provecho de su “compatriota”; nos ha convertido en una nación de pobres robando a pobres. Ha conculcado los derechos ciudadanos y los ha transformado en dádivas que se dan al mejor patriota cooperante que neutralice a los enemigos de este gran exterminio llamado revolución. Nos ha convertido de Ciudadanos a pueblo, un pueblo ignorante.

 

Temed al ejemplo que La Habana dio

No todos podemos irnos del país, no todos tenemos esa oportunidad o podemos tomar esa decisión. Cuando en 1959 triunfó la Revolución comunista en Cuba, no todos pudieron irse, no todos pudieron tomar esa decisión.

Esa minúscula clase media, buena parte de la gente educada, profesional que no pudo o no quiso salir y gran parte de ese “indómito pueblo heredero de Martí”, jamás pensaron en lo que se convertirían poco a poco, ley tras ley, prohibición tras prohibición, regulación tras regulación… ya no eran ciudadanos con derechos, se convirtieron en pueblo sumiso. Un pueblo al que se le alteró la psique a través de propaganda y represión; al que se le enseñó a creer que sus problemas eran causados por enemigos externos que a través de guerras económicas gestadas por derechas perversas pro yanquis, saboteaban la obra revolucionaria que los llevaría al Estado de Bienestar.

Los venezolanos jamás pensamos que algo similar nos pasaría también. “¡No vale yo no creo!” es lo que se escucha cuando alguna descabellada medida del gobierno se filtra en el ambiente antes de convertirse en realidad, y ¿Y luego?, la expresión de escepticismo muta en “¡ahora si se va a prender el peo!, o “¡esto ya no se aguanta más!” o la más ingenua aún “¡ahora si que el gobierno va a caer!”… todas, frases que esconden el miedo a lo que se objeta con la expresión proferida y varias certezas: la certeza de que ya no somos capaces de hacer nada por defender nuestros derechos, la certeza de que ya nada por más bárbaro y descabellado que sea nos va a sorprender, la certeza de que ese “bravo pueblo” solo quedó en el himno nacional, la certeza de que quizás ya somos sumisos.

A través de propaganda y represión nos han domado. A través retórica populista nos han convencido de que la culpa no es de nosotros ni del gobierno, sino de afuera. A través de la corrupción incentivada de forma sistemática desde el gobierno, nos han hecho esclavos de nuestra necesidad de poner un plato con comida para nuestros hijos en nuestras mesas jugando a arrojarnos sobras mientras los hijos de los jerarcas chavistas se toman selfies en Paris, New York o Dubai que publicarán en cualquier red social de moda.

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Cuando todo está perdido

En Venezuela para referirnos a alguien marginal mentalmente, ignorante a propósito y desconocedor del derecho de los demás se dice que lleva “el cerro en la cabeza” (por ser personas de clase económica baja en su mayoría y vivir en las barriadas que ocupan los cerros de Caracas). Son personas que tienen la desventura de ser el blanco propicio para explotar la propaganda y mentira que emana del gobierno debido a su ignorancia y debido a que por su pobreza incipiente, son más baratos de comprar tanto de conciencia como su fidelidad. Este grupo de personas, mayoría de venezolanos, es el preferido del chavismo para seguir adelante con el saqueo del país blindados por esa masa ignorante que lo defiende a ultranza a cambio de una bolsa de comida, armas y poder para subyugar a sus conciudadanos

Mientras, los estratos más bajos de nuestra alienada sociedad, el pobre que cree en el chavismo, aterroriza a los demás sumisos y se alimenta con la verborrea ideológica generada desde el PSUV. Esos los que si creen en el “patria, socialismo o muerte, ¡venceremos!” son los verdaderos dueños de lo que queda de sociedad en Venezuela.

Esos que se enorgullecen de tener una moto; los que se la dan de malos porque apuntan con una pistola a los profesores en las aulas del liceo; esas las que con quince años son las “valientes guerreras” con dos o más hijos en su haber; esos que invaden y saquean propiedades que si les costó ganar a los dueños, pero que no invaden ni saquean los fundos y empresas de la cúpula chavista; los que se colean, los que compran regulado y revenden a sobreprecio, en fin, el cerro.

Ese es el hombre nuevo que puebla Caracas y las capitales de los principales estados venezolanos. Lamentablemente esta generación de personas insisten en permanecer necios y oídos sordos a la destrucción de su propia nación… morirían por la revolución.

Goebbels y El Ché estallarían en vitores de solo verlo.

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La advertencia a lo que queda de Venezuela

Fuimos una gran nación, la perdimos. No quizás para siempre pero si, durante un largo tiempo, no volveremos a ver a esa Venezuela que una vez fue. La lección que debemos aprender ese remanente que quedó de la sociedad de Derecho y de Justicia es no ignorar las lecciones del pasado; de este presente que es el hoy y que mañana se convertirá en un triste y miserable pasado. Nada es para siempre.

Recordar no subestimar la fortaleza de un régimen que supuestamente está a punto de caer como muchos ingenuamente afirman sobre el chavismo y el infame Maduro. Recordar verse en el espejo de Cuba que ya lleva 55 años de “¡no vale, yo no creo!” y que así continuará por largo tiempo. Recordar que la sumisión nos la sacudimos una vez en el lejano 1810. Recordar que una vez fuimos un bravo pueblo. En nuestros genes está la bravura de quienes a costa de grandes sacrificios y gran derramamiento de sangre forjaron la independencia.

Nuestro enemigo es interno, es la ignorancia. Y mientras continuemos alimentando esa ignorancia, las botas de los que patean nuestros cuerpos en las colas por comida, en las protestas por la inseguridad, en las puertas de nuestros hogares, oscuros sin energía eléctrica, seguirán desfilando como pavos reales, impunes y violadores de nuestros derechos más básicos.

La sumisión es una elección, no una obligación.

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